Viviendo dentro
de su propia obra:
Una charla con Alejo Palacios

La compró cuando solo era una caseta de agricultura en ruinas, pero fue un flechazo a primera vista: “Me quedé fascinado con las vistas, rodeada de olivos y montañas. Tuve claro que tenía que ser aquí.” La Martita, su obra más personal; su casa y su estudio.

Alejo nos recibe en La Martita con su chaleco de artista salpicado de gotas de pintura y con un buen desayuno que no nos comemos hasta la 13h. Y es que para él la vida mediterránea es justamente eso: disfrutar tranquilamente de cada momento, sin prisa. Nos sentamos en el patio aprovechando el sol intenso de enero, con el único sonido de fondo de unos pájaros. Pero, sobre todo, rodeados de una calma que nada tiene que ver con el bullicio al que estaba acostumbrado Alejo en Buenos Aires, su ciudad natal.

“…viendo obras que, aunque todavía no conseguía entender, ya empezaban a despertar mi curiosidad”.

El artista argentino nos cuenta que uno de los sitios donde conseguía encontrar esa calma de pequeño, y donde descubrió su gran pasión por el arte, fue en el taller de su madre: “Iba a verla trabajar al taller o la acompañaba a exposiciones de arte. Tengo recuerdos desde niño de estar caminando por los pabellones de los museos viendo obras que, aunque todavía no conseguía entender, ya empezaban a despertar mi curiosidad”.

LA MARTITA

La bautizó así en honor a su madre Marta y a su abuelo, ya que él solía utilizar este diminutivo cariñoso cuando vivía con ellos. Ambos le enseñaron que la única forma de perseguir sus sueños era apostando por ellos, y así lo hizo. Decidió coger un avión hasta Barcelona para empezar una nueva etapa como artista, ya que desde pequeño había sentido una gran admiración por los grandes pintores catalanes: Dalí, Miró…

Pero, tras unos años viviendo en la capital, empezó a sentir mucha curiosidad por los paisajes y la tranquilidad de Tarragona, así que se subió a su bici y visitó varias casas de la zona hasta dar con La Martita: “Fue un flechazo a primera vista, algo hipnótico”. El artista argentino fue introduciéndose poco a poco en el estilo de vida mediterráneo que él mismo describe cómo único: “Siento que estoy en un lugar muy especial, con mucha luz, olivos y un clima muy tranquilo. Aquí no hay climas extremos, y eso me permite disfrutar de todas las estaciones del año al máximo”.

“El sol va entrando por diferentes puntos y eso me permite experimentar de formas muy diferentes”

Alejo habla de su casa como si fuese una obra más de su colección y en gran parte lo es. Su obra más personal, la que le ha acompañado durante más tiempo. La caseta de Alejo recuerda a un barco anclado a la montaña, con dos pisos separados por una barandilla redondeada que montó con sus propias manos, como casi todo lo que forma parte de La Martita: la cocina de cuento, la curiosa lámpara que sube y baja iluminando únicamente el espacio que está utilizando, las cajas para la leña o sus obras que adornan las paredes blancas. Alejo ha hecho su espacio de trabajo a medida, decidiendo todos los detalles, hasta cómo entraría la luz por cada rincón: “Para mí, la luz natural es muy importante. Según va pasando el día el sol va entrando por diferentes puntos de la casa y eso me permite crear y experimentar de formas muy diferentes”.

EN EL TALLER

El taller de La Martita es un espacio propio de un artista: lleno de materiales de pintura, herramientas y papeles de distintas texturas que Alejo ha ido coleccionando a lo largo del tiempo. Durante varios años exploró los papeles de diferentes partes del mundo: México, India, Marruecos y, ahora también, de Catalunya. Aquí ha conocido a un artesano del papel con el que ha creado una textura muy especial, “con un tono de color que convive muy bien con la pintura”, y que utiliza en muchas de sus obras más recientes.

Alejo ha sentido una gran evolución en su estilo desde que empezó a trabajar y vivir aquí, algo que tiene mucho que ver con la naturaleza y con la gente del campo. Ahora, sus amigos son agricultores de otras generaciones que le van enseñando herramientas y formas de trabajar la tierra que más tarde aplica en sus cuadros: “Seguramente hubiese sido muy distinto el camino si me hubiese quedado en la ciudad, ya que me gusta vincular mi trabajo con el entorno, que se genere un lenguaje en común.”

Nos explica que su inspiración surge cuando menos recursos tiene. Una manera de ver y entender el mundo que va muy ligada con su forma de vida en La Martita: solitaria y relajada; alejada del ritmo frenético de la ciudad. Siguiendo esta misma línea minimalista, las obras de Alejo se caracterizan por sus colores sencillos: empezó únicamente con el negro, muy pleno e intenso; luego pasó a un rojo tierra, más natural; y ahora está trabajando con el blanco, un color que habla de la pureza, de lo simple.

Todavía no sabe cuál será el siguiente color que utilizará en sus obras, pero lo que sí sabe es que La Martita seguirá siendo su musa.

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